Lo que escuchamos no es otra que la célebre creación de Franz Schubert. Sus raíces se remontan hasta el poema épico “La dama del lago” de Walter Scott. Esta composición no se limita a una sola melodía, en realidad son siete canciones las que se despliegan y musicalizan la obra. De ellas, tres están bajo el nombre de Ellens Gesang, la dama del poema, quien huye de la venganza de un antiguo rey y se refugia en una cueva. Desde allí, eleva una súplica a la Virgen María mientras que el clan de su padre se dirige hacia la batalla.

Es precisamente esa suplica repleta de lamento, temores, sufrimiento y pena la que atraviesa nuestros corazones y nos deshace los sentidos. Cada frase de ella tiene un sentido trascendental, representa al ser humano enfrentándose a su impotencia y a la incapacidad para cambiar la realidad que le castiga. Por más que lo intenta, por más que se eleva e intenta alcanzar las nubes y las estrellas, la voz siempre regresa a tierra para lamerse las heridas. Sin embargo, este canto sí que llega a los mortales y les conmueve tanto, en la obra, que genera las acciones y la valentía que cambian el rumbo de la historia.

Esta música responde a la categoría de lied, un término que en la música clásica y cristiana se refiere a una canción escrita para una solista con un acompañamiento —frecuentemente— de piano. Además, es una canción lírica y su letra responde al poema que da vida. Este tipo de canciones son breves y tuvieron gran fuerza durante el romanticismo, especialmente por su capacidad para evocar emociones y dramatizar escenas enteras en el escenario.

A pesar de que en este momento escuchamos a un hombre elevando al cielo su suplica, no se altera demasiado el sentido que guarda la estructura de esta canción, pues es una adaptación válida y sigue manteniendo los matices y el color de la voz. De hecho, genera una experiencia muy diferente. Si tienes la oportunidad, puedes escucharla en voz de una mujer y tener ambas. La sensación de cada una varía en algunos puntos y son capaces de transportarnos al interior de nuestra alma.

Así, escojas una u otra, indudablemente este Ave María nos conmueve profundamente. Analizarlo implica estudiar al poema en sí mismo y la forma sublime en la que el piano y la voz se mezclan en una armonía perfecta, capaz de alzarse con fuerza y empequeñecer hasta emular al más leve de los susurros. Cada nota y verso tienen una sincronía perfecta: la voz tiene quebrantos líricos preciosos que son amortiguados por los sonidos blandos y dulces del piano. Este último crea una base sonora que es consciente de su utilidad y solo presta su melodía para crear el camino que ha de recorrer el cantautor.

La potencia y facilidad con la cual se mueve esta canción es asombrosa. Ocurre en un abrir y cerrar de ojos a pesar de que su duración es de un poco más de seis minutos. Ave María en sí misma es un canto a la vida, a pesar de sus dificultades, y una súplica al universo para encarar la adversidad. Es una oda a nuestra humanidad y a nuestros miedos, temores y frustraciones. Escucharla abre una puerta que muy difícilmente podemos volver a cerrar. Como un corte limpio, nos hiere y lastima pero en lugar de causarnos dolor, nos permite soltarlo, liberarlo a través de lágrimas, recuerdos y sentimientos que se entremezclan a lo largo de la melodía con el único propósito de reconciliarnos con nosotros mismos.

Si has disfrutado el sonido de esta maravillosa creación es el momento ideal para que la obtengas en mp3. La puedes descargar gratis, al igual que muchas otras obras clásicas que tenemos disponibles en nuestra página. No te olvides de dejarnos un comentario, queremos conocer cada uno de los sentimientos que logra generar en ti esta exquisita canción.