Un corazón de hielo se derrite lenta e indeteniblemente. Somos testigos de ello, aunque, más bien, Laei nos hace serlos. Irremediablemente vemos el halo triste que cubre esta imagen. No hay nada que podamos hacer. Esta historia se cuenta en cada pulsación, en cada nota y acorde del piano y nos lleva hacia un desenlace trágico. Parece el final melancólico de un cuento. Un anhelo triste por algo que ya está en marcha, que ya está hecho.

Sin embargo, de golpe, algo cambia. La historia se abre a los matices, al recuerdo de algo que fue, a la breve explicación de aquello que la trajo hasta aquí. Las pulsaciones se hacen añoranza, la melodía sabe a recuerdos y mientras más escuchamos, más nos convencemos de que este no es el final, sino el principio. Algo está naciendo en este instante. Es algo indescifrable, indeleble, pero, sin duda, algo que marca el comienzo de una aventura, de una épica, de una tragedia.

Un corazón de hielo se derrite. Lenta y pausadamente, gota a gota, en una agonía sin fin que se hace canción. Mientras sucede, su canto es enérgico y reflexivo. Pareciese que aquel corazón está maquinando algo que cambiará todo y marcará el comienzo de una nueva historia, de un nuevo renacer, de un nuevo bocado de vida que se transformará en gloria, en cuento… en canción.

Definitivamente este instrumental esconde algo maravilloso que incita a la meditación. Como música relajante es una pieza invaluable, pero también funciona perfectamente para escribir o imaginar historias. Su melodía es versátil y se adapta a la imaginación, de allí que sea tan fácil perderse en su sonido y descubrir una historia increíble con tan solo cerrar los ojos.

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