Si alguna vez has escuchado Enya, la melodía de Suzanne te resultará bastante cercana. Aunque sus enfoques son diferentes, la esencia es similar: ambas hacen de su voz el elemento protagónico de la canción. Esto brinda un acercamiento muy profundo a las emociones que despierta cada verso que pronuncian, precisamente porque lo transforman en una conversación en donde estamos en plenitud con tan solo escuchar la historia que relatan.

Por esta razón, Suzanne Van Pelt nos sorprende en esta oportunidad con una canción cristiana que nos llega directo al corazón. Casi como si estuviese haciendo ASMR, su voz acapella nos alcanza de diferentes maneras y desdibuja nuestros sentidos y noción de la realidad. Durante cada segundo nos permite desplazarnos por un universo uniforme, acompasado y provisto de los colores de nuestra imaginación.

Como oyentes, cerramos los ojos para disfrutar por completo la intención de la autora, y al hacerlo sentimos su voz demasiado cerca, casi como un susurro que arrastra la brisa. Conforme escuchamos, el sosiego absoluto se apodera del espíritu y la atmósfera. Así, sin darnos cuenta, ya somos parte de la melodía. Nos aferramos al que es un sonido sagrado que busca elevarse hasta el cielo, pero que, en el proceso, nos lleva a nosotros con él.

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